“Señor: hazme digno dueño de mis alas, que sea merecedor de extenderlas cada mañana; remontar el vuelo y conquistar las alturas. Permíteme que pueda ascender sobre tierras y mares, y erguirme sobre el vacío mientras araño el infinito para otear vigilante el horizonte y asegurar así la tranquilidad del pueblo.

Concédeme el justo corazón de un caballero, para como un guerrero, hacerme dueño del poder de la tormenta, portador de la velocidad, del fuego y de la victoria. Úngeme con la valentía y el coraje que requiere la lucha, haciéndome proceder ante mi adversario con lealtad y nobleza, librando que mis actos inspiren el odio o la venganza.

Revísteme con la bizarría que el cumplimiento de mi misión demanda, y forja mi espíritu para resistir firme ante la adversidad.

Que mi voluntad jamás se doblegue y mi fe nunca dude, ni aún ante el abismo que devora mi estela. Infúndeme entonces la fortaleza de quien sabe que vencerá. Dame la entereza para enfrentar el dolor de la pérdida del que ya partió.

Señor: no te pido que señales mi ruta, sólo que me des la sabiduría para encontrarla y la fortaleza para recorrerla, no te ruego que calles los vientos y las tormentas, más si, que me concedas la determinación para enfrentarlas y la voluntad para vencerlas.

Hazme digno dueño de mis alas, que sea merecedor de extenderlas cada mañana y cuando rodeado del silencio eterno deba plegarlas por última vez, permíteme de nuevo acercarme a tí como en vuelo tantas veces lo he hecho.”